
Los Orígenes del Tarot
Del Mito a la Historia
La narrativa esotérica sobre el orígen del Tarot
Para hacer una historia del Tarot -como para cualquier tipo de historia- podemos guiarnos por dos estrategias que desde un punto de vista epistemológico constituyen modos diferentes de pensamiento, pero fundamentalmente, dos modos diferentes de narrativa histórica. Lo cierto es que para hacer Historia es necesaria cierta precisión de los datos, pero también es cierto que los datos de la historia en su mayoría se construyen a partir de relatos. Me estoy refiriendo aquí a algo que constituye un falso problema dentro de las preguntas que muchas personas se hacen respecto de lo que se considera como verdad. Alguna vez alguien me preguntó por la veracidad del relato de mis pacientes... En este punto el problema no es tanto la preocupación propia del médico por verificar los datos de una entrevista psiquiátrica recurriendo a los dichos de los familiares del enfermo, sino tener muy en claro cuál es la verdad que se intenta escuchar en una entrevista más bien de corte psicoanalítico. Este tipo de escucha, que no está muy preocupada por la veracidad de los hechos en el relato de las personas, sí puede llegar a interpretar algo de la verdad en juego en las fabulaciones de la histeria o en las interpretaciones delirantes de la Paranoia. No está de más decir aquí que optar por escuchar un delirio en lugar de medicarlo tendría que ver con esta actitud fundamentalmente psicoanalítica de escuchar una verdad. Claro está que este tipo de verdad no se encuentra en la literalidad de las palabras ni que tampoco toma a la palabra en su literalidad, sino que apunta a escuchar más allá...
Existe, decía anteriormente, dos lógicas epistemológicamente diferentes para hacer ciencia y, en consecuencia, dos modos distintos de alojar allí algo que será definido como algo del orden de lo verdadero. Como diría Ortega y Gasset en Historia como Sistema:
"Frente a la razón pura físico-matemática hay, pues, una razón narrativa. Para comprender algo humano, personal o colectivo, es preciso contar una historia."
Desde esta perspectiva conocida como "giro lingüístico" se intenta, una vez más, cuestionar la hegemonía del positivismo que siempre termina imponiéndose respecto de aquello que se concibe como científico. Si podemos considerar a la Física como la ciencia matriz de las Ciencias Naturales, la Historia lo es por su parte de las Ciencias Sociales y pone en el centro de la cuestión científica el papel de la Narrativa. PaulRicoeur distingue dos modalidades en el acto de narrar:
- Los relatos que tienen pretensión de verdad, comparables a los discursos descriptivos que utiliza la ciencia, la biografía y la autobiografía.
- Los relatos de ficción, tales como la epopeya, el drama, el cuento, la novela o el cine, entre otros.
En ambos casos, la operación
de narrar puede definirse como una síntesis de elementos heterogéneos, de
múltiples eventos e incidentes en un relato completo y singular. El concepto
central en la teoría narrativa de Paul Ricoeur, como en la Poética de Aristóteles, es el
concepto de "trama" o "fábula". Con este término Ricoeur identifica
a las operaciones, combinaciones, composiciones y ensambles mediante los cuales
los acontecimientos se convierten en una historia. La narración no es
una simple enumeración en un orden serial y sucesivo de los acontecimientos, sino una estructuración que transforma esos incidentes y acontecimientos en un
todo inteligible. La trama, unidad narrativa de base, media entre los
acontecimientos y la historia. Se puede lograr una comprensión de esta
composición por medio del acto de seguir una historia.[1]
¿Cuál es la función de la Narrativa en el ámbito de la Historia?
Transformar los acontecimientos en historia y, por ello mismo, mediar entre los acontecimientos y la historia.
Avancemos un poco más respecto de la funcionalidad científica de la Narrativa en el campo de la ciencia histórica. Jerome Bruner advirtió desde su mirada de psicólogocomprometido con una perspectiva más cultural y sistemática de la mente humana, la existencia de dos modos básicos de conocer y pensar:
- El modo narrativo, que se corresponde con el relato
- El modo paradigmático, que se corresponde con el argumento.
Cada uno tiene sus propias formas distintivas para ordenar la experiencia, construir la realidad y entender el mundo. El modo paradigmático trata de cumplir el ideal de un sistema matemático, formal, de descripción y explicación. El modo narrativo, en cambio, se ocupa de las intenciones y acciones humanas y de las vicisitudes y consecuencias que marcan su transcurso. Estas dos formas de pensar difieren radicalmente en sus principios de verificación. Una buena historia necesita ser "verosímil" mientras que un buen argumento depende de cuestiones de "verificabilidad" a través de pruebas formales o empíricas. Tienen funciones cognitivas diferenciadas no reducibles unas a otras. Constituyen procesos complementarios, esenciales ambos para poder estar en el mundo y con nosotros mismos. Los intentos de reducir una modalidad a la otra, o de ignorar una a expensas de la otra, han hecho perder la unidad en la inevitable y rica diversidad que encierra la mente humana y el conocimiento cotidiano y científico.[2]
Si bien P. Ricoeur y J. Bruner nos ayudan a comprender que existen dos tipos de relatos y dos formas de conocimiento, hay algo que podríamos cuestionar en sus ideas:
¿Por qué asociar la posibilidad de alcanzar la verdad exclusivamente con los modelos no narrativos del discurso?
La gran dificultad de todos los intentos antipositivistas ha sido el nunca poder abandonar totalmente las convicciones positivistas. En este punto, creo que es conveniente aclarar que lo que es del orden de la verdad (sobre todo si nos referimos a la verdad en términos esotéricos) no puede ser objeto ni de argumentos ni de pretensiones verificacionistas. Creo que es ésta la primera enseñanza que debemos adquirir al contemplar las láminas del Tarot, hay algo del orden de la verdad allí que se nos muestra pero que no se transmite (¿podria?) de forma puramente argumentativa. Llegado a este punto podemos afirmar que los discursos y los argumentos sólo pueden tener pretensión de verdad, es decir, la sola intencionalidad de imponerse como verdaderos; lo cual establece una inevitable conexión entre la cuestión de la verdad y la cuestión del poder.
Si el tema de la verdad es una cuestión difícil de ubicar en el contexto de otras disciplinas, mucho más difícil lo es en el territorio de la Historia como disciplina científica. Pero si la pregunta por la verdad es compleja, no menos lo es la pregunta por la ciencia sobre todo cuando nos referimos a las "Ciencias Ocultas". Todo este rodeo ha sido tal vez para intentar justificar mi comienzo de la historia del Tarot partiendo de un Mito.
Ahora bien, ¿qué entendemos por Mito?
El uso coloquial de la lengua ha asimilado la palabra "mito"
a la noción de "mentira" y prueba de ello es, por ejemplo, la categoría
psiquiátrica "mitomanía" o la oposición entre "mito" y "verdad". En el ámbito
religioso, donde el mito adquiere toda su relevancia, no podemos dejar de
señalar la perplejidad que muchas personas sienten cuando se les informa que
relatos bíblicos como los de la Creación, Adán y Eva, el Arca de Noé, entre
otros, no son hechos realmente acontecidos sino relatos míticos. Y el gran error allí es que se comprende "relato
mítico" por "mentira" y eso es un grave problema ya que no hay subjetividad
alguna (ni colectiva ni individual) que pueda llegar a sostenerse sin algún
tipo de relato mitológico de sus orígenes.
Lo primero que encontramos entre los historiadores del Tarot es la aceptación de ciertos datos e hipótesis sobre sus orígenes considerados como aceptables (entiéndase verosímiles o verificables) mientras que otras hipótesis son consideradas como erróneas o de dudoso valor. Al menos a los fines de este trabajo quiero traer una de esas hipótesis menos plausibles y menos aceptadas respecto del origen del Tarot, me refiero específicamente al relato que le atribuye un origen egipcio. No me interesa sostener la verdad histórica de ese relato sino establecer una verdad mítica para dar fundamento a un desarrollo histórico de la evolución del Tarot. Para intentar justificar esta ocurrencia voy a referirme a una pregunta que a mi entender es nuclear en la cuestión ligada a la narrativa histórica del Tarot:
¿Es originariamente un juego al cual posteriormente se le atribuye un carácter adivinatorio o es primariamente adivinatorio y luego se lo hace pasar como un juego?
Sería un error creer que esta alternativa podría dirimirse en términos de verdadero o falso por alguna de las dos hipótesis. Por supuesto que si nos inscribimos en una racionalidad cientificista es muy plausible la verificación de la primera alternativa; pero trataremos de inscribirnos en otro tipo de racionalidad que sin dejar de considerar como verdadera la primera alternativa no por eso consideraría como falsa la segunda.
Demos un pequeño rodeo por el relato bíblico del paso del Mar Rojo (Éxodo 14). ¿Sucedieron los hechos tal y como son descriptos en ese relato? Definitivamente no. ¿Eso hace del relato una falsedad? Tampoco. ¿Por qué la narrativa bíblica relata un hecho que aconteció a lo largo de mucho tiempo y bajo condiciones naturales por medio de un relato de carácter fantástico y sobrenatural? Sencillamente porque el relato de la liberación del Pueblo de Israel de la esclavitud de Egipto no tiene la intencionalidad de crear un documento histórico sino que busca poner en escena y transmitir a las nuevas generaciones la interpretación religiosa de un hecho a partir de la fe del Pueblo de Israel; en todo caso, se trata de una Historia Teológica.
Supongo que con este sencillo ejemplo puede entenderse por qué dos hipótesis aparentemente contradictorias pueden ser ambas verdaderas o cada una verdadera en su propio contexto de racionalidad. Pero lo fundamental de un relato mítico es su condición de relato sagrado, su finalidad explicativa respecto de lo originario y, fundamentalmente, su sentido simbólico. Si el racionalismo moderno no puede leer verdad alguna en los relatos míticos de culturas primitivas -siempre quedan como curiosidades sobre las creencias fantasiosas de los pueblos antiguos- habrá que pensar en las limitaciones propias de la razón discursiva para acercarse a la verdad antes que justificar su miopía descalificando como desenfreno de la fantasía todo aquello que no comprende.
Según el relato que atribuye al Tarot un origen egipcio, en tiempos de Menes I, quien en su búsqueda de un hombre sabio que pudiera formular principios espirituales con el fin de ofrecer una identidad cultural a su imperio, da con el paradero de un sacerdote conocido bajo el nombre de Toth, oriundo de la Mesopotamia sumeria, quien al aceptar radicarse en Luxor, entre una de sus grandes obras se destaca una en particular conocida como El Libro de Toth: un compendio de magia clarividente constituido por una enseñanza escrita e ilustrada en 78 imágenes. Luego de la muerte de Toth, debidamente constituido en una divinidad, y tras largas persecuciones en búsqueda del sagrado libro, los sacerdotes se dieron cuenta que no podrían seguir ocultándolo si no recurrían a una estrategia más segura. Fue entonces cuando decidieron destruir los escritos jeroglíficos pero conservando las láminas que contenían el significado esotérico de esas enseñanzas y las distribuyeron entre el vulgo bajo la apariencia de un juego de azar. Dos ideas ocultistas fundamentan esta estrategia: la primera sería que aquello que se encuentra en manos y a disposición de todos constituye el mejor escondite y, la segunda, que toda significación adjudicada por medio de la revelación o la meditación a un símbolo puede ser recuperada por revelación o meditación. Según este relato, las láminas del Libro de Toth fueron llevadas a Europa en la Edad Media por los Gitanos, deformación de Egipciano, defendiendo el origen egipcio de algunas tribus.
Concebiremos este relato como una de las mitologías, tal vez la más aceptada, ya que existen otras, respecto del origen del Tarot. No revelaría una verdad histórica respecto de su aparición, pero sí revela una verdad esotérica respecto de su nacimiento. Será necesario poder hacer esta distinción para referirnos al origen del Tarot y las posibilidades de su estudio. En el caso de pretender establecer una historia "profana" del Tarot, la ciencia histórica buscará y señalará datos que dan cuenta de la aparición de las láminas del Tarot en un tiempo y espacio determinados. Es un problema de la Ciencia -no del Esoterismo- no poder alojar el mito en su propia racionalidad:
"Aún cuando Court de Gebelin, Eliphas Levi y sus seguidores pretenden que el Tarot es el Libro sagrado de Toth -el Hermes egipcio- y contiene toda la tradición oculta de la humanidad, debemos reconocer que su antigüedad no puede remontarse más allá del S XIII, del mismo modo que tampoco es cierto que fueran los gitanos quienes lo introdujeron en Europa desde Egipto (...)"[3]
Quien ha interpretado de una manera original, desde el esoterismo cristiano, la cuestión sobre el origen egipcio del Tarot es Valentín Tomberg, contituyéndose así en un ejemplo de lo que denominamos narratiava esotérica sobre el origen del Tarot:
"Los autores que veían en el tarot el libro sagrado de Thot o Hermes Trismegisto tenían razón y a, a la vez, se equivocaban. Tenían razón por cuanto hacían remontarse la historia de la esencia del tarot a la antigüedad egipcia. Se equivocaban al creer que el Tarot había sido heredado del antiguo Egipto. O sea transmitido de generación con cambios iconográficos de poca monta. En apoyo de esta tesis se cuenta la significativa historia o leyenda del consejo de sacerdotes egipcios que deliberaba del problema de cómo preservar la esencia de su sabiduría para las futuras generaciones, cuando la luz de Egipto se hubiera apagado. Tras rechazar diversas propuestas, como confiar dicha sabiduría al papel, la piedra, el metal, etc., los sacerdotes decidieron por fin confiarla a un agente menos destructible y más duradero que los ahora citados, a saber, el vicio humano, el juego de cartas.
"Sin embargo, decíamos, el tarot es netamente medieval desde el punto de vista iconográfico. Desde el punto de vista histórico, nada indica que haya existido antes de finales del siglo XIV. Si se tratara de un juego expresamente popularizado por los sabios egipcios, deberíamos poseer al respecto muchísimos materiales acumulados durante catorce o, al menos diez siglos.
"No, el tarot no ha sido heredado, sino que se ha reencarnado. Se ha reencarnado según la experiencia de la moderna psicología profunda de la escuela de Jung, que comprueba el resurgir de antiguos y aun arcaicos misterios y cultos en lo profundo de lo inconsciente de los hombres de nuestro siglo. El tarot es el libro sagrado de Thot, pero no lo tenemos por herencia ni transmisión, sino porque ha renacido."[4]
Referencias Bibliográficas
[1] Cfr. Menin, O. y Temporetti, F. (2005) Reflexiones acerca de la escritura científica. Rosario: Homo Sapiens, pp. 125-126.
[2] Cfr. Ídem; p. 128.
[3] Salas, Emilio (1992) El gran libro del Tarot. Buenos Aires: Intermedio editores, Robin Book, p. 17.
[4] Tomberg, Valentín (1987) Los arcanos mayores del tarot: Meditaciones. Barcelona: Herder, p. 295.